Tuesday, December 1, 2015

Terapia trunca

Me enamoro de mis ojitos de ravotril cada vez que me miro al espejo. Las pupilas se mantienen dilatadas ante todo porque están abiertas a la esperanza de que viene la calma y que se mantiene la calma pero no siempre es así. A veces la pupilas quedan dilatadas y la pena también sigue dilatada como el maelstrom que tengo en el centro del esternón (que siempre duele, siempre). Porque a veces sueltas a los enanos al bosque esperando que en el proceso aprenderás a derrotarlos o amansarlos y no. Quedan todos sueltos, todas la puertas abierta y ¿qué chucha hay que hacer ahora?
Se me cierran los ojitos y te imagino que estás ensayando con un traje de pimentón verde y que es efectivamente como un pimentón verde gigante y por un momento creo que es verdad y te quiero preguntar por qué estabas vestido de pimentón verde, con ese traje que no te deja moverte bien y tienes que tocar el piano de guata en el piso, casi como en Charlie Brown ¿Te sabrás esa canción donde todos bailan libremente, Snoopy incluido?
Como ese Snoopy que me regaló mi hermana cuando yo tenía cinco años, me lo compró en la feria artesanal de Quintero porque yo estaba obsesionado con él y su apatía y rebeldía chistosa (además es un beagle, los perros más bacanes y con el mismo problema de atención que yo). Un día que caminamos de Quintero a Loncura por la playa, se me cayó el Snoopy que siempre andaba trayendo en el bolsillo. Hasta ese momento fue una de las penas más grandes de mi vida, y hasta ahora también.
Snoopy semi enterrado en la arena en alguna parte de esos kilómetros de costa, me lo había regalado mi hermana con la plata que le pasaban mis papás para que se comprara alguna lesera en la feria artesanal, y yo me lo guarde en el bolsillo del traje de baño, obvio que se iba a caer. Una de mis primeras grandes culpas en mi vida.

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